Luis Soutullo, director corporativo Financiero de Cecabank.
Los recientes conflictos en Oriente Medio y la guerra en Ucrania han evidenciado la fragilidad de la estabilidad internacional. La paz ha sido una excepción precaria en la historia. Durante décadas, Occidente vivió una etapa de relativa calma, en la que la geopolítica era percibida como un factor marginal. Hoy, ese escenario ha cambiado: la geopolítica vuelve al centro de la vida económica y social, impactando en las cadenas de suministro, el precio de la energía, los mercados financieros, los activos refugio, las decisiones de los bancos centrales y la viabilidad de muchas compañías. Las economías se debaten entre el impacto en los precios y la posible recesión derivada de la incertidumbre.
La invasión rusa de Ucrania alteró profundamente el suministro energético y de minerales, afectó al transporte y puso en entredicho la soberanía industrial europea. Las sanciones y bloqueos obligaron a las empresas a reconfigurar sus estrategias. Europa no vivía una inestabilidad geopolítica y económica tan profunda desde los grandes shocks del siglo XX. Hoy, las decisiones corporativas deben integrar factores geopolíticos que impactan tanto o más que la inflación o la política monetaria.
Este nuevo paradigma es ineludible para el mundo financiero. Los inversores institucionales ya han internalizado la geopolítica como factor estructural. Ignorar este cambio supone un riesgo estratégico.
Según el informe «Global Family Office Survey 2025» de BlackRock, más del 85% de los family offices considera el riesgo geopolítico como una variable más en su asignación estratégica. Lo hemos constatado este año con dos eventos que han generado episodios de volatilidad muy intensos, pero de corta duración, que pueden suponer oportunidades de posicionamiento en los mercados.
El 4 de marzo, Alemania anunció un fuerte incremento de su gasto en defensa e infraestructuras, financiado con 500.000 millones de euros en nueva deuda en 5 años, entre 2025 y 2029, lo que equivale al 11,6% de su PIB de 2024. Este anuncio provocó la mayor caída en un solo día de la deuda alemana desde la caída del Muro de Berlín. Días después, la Comisión Europea propuso un plan de rearme sin precedentes, con 800.000 millones de euros en cuatro años y una cláusula de escape nacional que permitirá un endeudamiento adicional de hasta el 1,5% del PIB. España deberá aumentar su gasto en defensa, que en 2024 fue de 19.723 millones (1,29% del PIB). Dado el PIB actual de nuestro país, cada incremento del 1% de gasto supondrá unos 16.500 millones adicionales.
El segundo evento importante fueron los anuncios arancelarios de la nueva administración de EEUU, que provocaron fuertes caídas en las bolsas tras el 2 de abril, conocido como «Liberation Day». La imposición de gravámenes generalizados desató temores de guerra comercial y una venta masiva en los mercados, reflejando la creciente sensibilidad de los inversores al riesgo geopolítico y comercial.
El aumento del gasto en defensa en Europa y EEUU está reconfigurando prioridades presupuestarias, desplazando recursos de la transición verde y digital hacia la seguridad. Esto impacta directamente en los mercados de deuda, dando lugar a un nuevo asset class vinculado a la financiación militar. Un ejemplo es el primer bono europeo de defensa, emitido en agosto por BPCE, con una demanda siete veces superior a la oferta, lo que llevó a ampliar el volumen hasta los 750 millones de euros. Este hecho, junto al rally bursátil del sector en 2025 -Rheinmetall (+211%), Hensoldt (210%), Saab (+126%) e Indra (+134%)- a cierre del 10 de octubre, refleja el creciente interés inversor por la defensa.
España parte de una posición favorable en este contexto de rearme para beneficiarse del fondo de inversiones en infraestructuras y defensa. Esto, gracias a una estructura militar relativamente reducida y a una industria nacional sólida y competitiva.
En este entorno, empresas como Indra, Navantia o Santa Bárbara destacan por su capacidad tecnológica. Según Munich Re, solo el 22,3% del equipamiento militar español procede del exterior, lo que permite que la inversión revierta en la economía nacional. El efecto multiplicador estimado es de 1,28, superior al de Alemania (1,23) y muy por encima del de Italia.
En definitiva, el riesgo geopolítico ha dejado de ser una variable exógena para convertirse en un factor estructural que condiciona decisiones de gobiernos, empresas e inversores. Para los Estados, ya no basta con atraer inversión o fomentar innovación: es imprescindible desarrollar la autonomía estratégica en sectores clave como energía, semiconductores o defensa, incluyendo la ciberseguridad.
Este nuevo contexto obliga al sector financiero a asumir un papel esencial, no solo como fuente de financiación en un escenario de gran incremento de deuda, sino como arquitecto de soluciones que canalicen recursos hacia proyectos estratégicos.
El desafío será canalizar esos recursos hacia una posible reindustrialización y un proceso de desglobalización ya en marcha.